domingo, 20 de septiembre de 2015

Nos quisimos demasiado


 
Con el tiempo he aprendido
que la medicación más frecuente contra el dolor
es el olvido.
Aunque su efecto secundario sea la locura,
aunque contra todo pronóstico
acabemos por ser nosotros mismos los olvidados.
Retazos de una memoria infiel
que nunca juega limpio,
siempre esconde un as ganador,
un destello, una imagen
o quizá simplemente una palabra
que nos hace perder el equilibrio.
Y caer.
Caer.
Seguir cayendo.
Y volver a ese momento
del que salimos huyendo sin mirar atrás.
El punto y final,
las lágrimas de despedida,
el abrazo del "nos veremos pronto,
pero no aparezcas en mi vida",
las últimas palabras versadas en nuestros labios.
Y volvemos a caer.
Más abajo.
Más profundo.
Y revivimos todo aquel torbellino de lagrimas
y ese dolor tan agudo
que casi nos dejaba sin respiración.
Pero dura poco.
La caída sigue su curso.
Aún no hemos llegado al final.
Nos dejamos caer hacia el mar
de sonrisas infinitas
de promesas absurdas, pero bonitas
de las horas que se quedaban cortas
y de las guerras de cosquillas
que siempre acababan en la cama.
Y pensamos:
Joder, qué mierda,
todo debería ocurrir de atrás para adelante
Odiarnos, dolernos, llorarnos
solo para después
acabar queriéndonos como nunca.
Pero no nos da tiempo a pensar más
acabamos de caer
en el más oscuro abismo
en el que por fin hacemos pie.
Y empezamos a ver una luz que nos indica
la salida
y que nos recuerda
que nos quisimos demasiado,
demasiado poco
demasiado mal.
 

martes, 9 de junio de 2015

Como la letra de esa canción que hablaba de algo "más allá de ti y de mi"

Creo que ya no sé escribir si no es a ti.
Porque hace tiempo que toda mi vida gira entorno a lo que podíamos haber sido y ya nunca seremos. Y es que por mucho que me esfuerce nunca voy a sanarme de ti, nunca voy a superarte. 
Y créeme, que a veces sí quiero.
Pero al final siempre tengo que admitir que eres el dolor más jodidamente hermoso que he sentido nunca. El más adictivo, el más real. 
Porque existe una belleza inexplicable en el dolor de recordarte.
Lo efímero de verte reflejado en los ojos de muchos e imaginar una realidad paralela por un segundo. 
Y es que a veces creo que me estoy volviendo loca sin ti, aunque ya nadie se de cuenta de mi falta de cordura. Después del primero, viene el dos y el tres. Y casi estamos llegando a ese punto de no retorno. Queda muy poco para volver a ese momento en el que pudo haber sido, pero no llegó a ser. 
Y necesito escapar de aquí, como lo hice entonces. 
Pero no puedo.
Algunos momentos queman. Algunas decisiones atormentan. Y algunas situaciones enloquecen y cambian para siempre. La transformación hacia ninguna parte. El vacío y la desesperación que siempre acaban llegando y abrazando tan fuerte que apenas puedes respirar.
Devuélveme el aire, quiero volver a ser viento.
Pero no quiero soltarte. Nunca podré hacerlo.
Aunque pasar por ese lugar casi a diario se esté convirtiendo en una de las mayores torturas que he sentido aún después de tanto tiempo. 
Aunque parezca que ahora me dueles más que nunca.
Yo ya no sé ser sin sentirte. Sin el dolor con el que vienes incluido.
Ni aunque el océano entero salga de entre mis pestañas dejaré de quererte.
Aunque nadie más que tú y yo entendamos tantas palabras sin sentido...
... volveré a ti cuando ambos seamos etéreos.

lunes, 27 de abril de 2015

La simetría de la ausencia


Me soltaste la mano,
y nos perdimos,
por separado,
y nunca pudimos volver a encontrarnos.
Y mira que te busqué
y rebusqué
en el camino de tu corazón al mío
lleno de recuerdos
que nunca más volveríamos a vivir.
Y es que nos habíamos engañado
creyendo que a nosotros 
no nos atraparía
la fugacidad del amor,
y la eternidad del olvido.
Y vaya si nos alcanzó, 
inmovilizándonos y embaucándonos,
en la espiral del "ni contigo, ni sin ti"
negándonos la única oportunidad
de sobrevivir.
Tú te ahogaste en tus propios temores,
y yo me asfixiaba en mi silencio,
sin querer dejarnos,
pero dejándonos de querer,
intercalando valor y miedo.
Incendiábamos la cama
mientras nos quemábamos de pena,
pensando que sería la única forma
de congelar ese otoño
que nos estaba estrangulando.
Y ahí estaba yo,
caminando sobre la fina línea
entre quererte y dolerme.
Y me caía,
pero no.
Encontrando el equilibrio
en las formas más absurdas
del dolor.
Esos éramos tú y yo,
una casualidad
que nunca se debió detonar
después de tiempo.
El "si, pero no.."
y todas aquellas veces
que nos dejamos embriagar
por aspiraciones
de un futuro incierto.
"Y si te vas, quédate",
o eso te dije cuando te fuiste,
porque de todas
la tuya fue la huida más cobarde.
Huir para volar
volar para escapar,
y yo, 
tan enredada en tus sonrisas
que no podía despegar.
Irónico infortunio,
el destino
le hizo un placaje a mi corazón
dejándolo paralítico emocional.
Menos mal que tengo un poco de salvaje
y aún con las alas rotas
pude hacernos estallar.
Nos quedamos en ruinas,
con miedo a marcharnos
y pánico a quedarnos
sobrevolando un lugar 
en el que no quedaba nada.
Nos alejamos,
y cómo dolía ver los escombros 
de lo que habíamos sido.
Pero ahora, 
que ya somos extraños,
puedo decirte
que tu ausencia es bella y simétrica
de la forma en la que nunca pudo serlo
tu presencia.

martes, 21 de abril de 2015

Catástrofe astrífera



Siempre he tenido un poco de melodía desafinada,
esa nota malsonante en medio de una sinfonía,
el descompás de todos los compases,
el silencio que decidió sonar a destiempo,
la nota que enmudeció ocultándose.
Podría describirme de muchas maneras,
todos los finales inacabados de las historias que nunca escribí,
los pasos en falso que me hicieron creer que llegaría a algún lugar,
o las revoluciones que sigo luchando en el pasado.
Debería hablar también del complejo de sol de mis ojos,
que te iluminan
con la misma facilidad con la que podrían quemarte.
Y es que si te cuelas entre mis pestañas y mis sueños
seguiré tus huellas,
cubriré tus huecos.
Y cuando te vayas,
seguiré persiguiéndote,
por culpa de mi obsesión
de no abandonar a nadie.
Porque es cierto que he dejado atrás muchos más sueños
de los que ahora tengo,
que los miedos se me agolpan a la altura de la garganta
y que por las noches los fantasmas se cuelan entre mis sábanas.
Valiente y cobarde a partes iguales,
vivo en una montaña rusa,
extremos que nunca se cruzan,
polos opuestos que se reclaman.
Soy la tormenta a la que nunca precede la calma,
la pacifista que siempre está en guerra,
en misión suicida
consigo misma.
Y luego está la maldita manía
que tiene mi corazón
de desangrarse
aún cuando ya no tiene heridas.
Siempre tiendo a envolverme con balas desorientadas,
con causas perdidas,
con revolucionarios que pretenden cambiar el mundo
caminando hacia un callejón sin salida.
Llena de despedidas que me guían,
de caminos paralelos que se cruzan
solo para volver a separarse,
una brújula perdida
que a veces, lucha por encontrarse.
Quizá sino funciono bien,
es porque estoy tan rota
que ya no hay forma de arreglarme.

miércoles, 15 de abril de 2015

El único modo imperativo del querer

Quiero que tus sonrisas
sean el faro que me guían
para no naufragar,
y tu mirada
la única luz que necesite ver
cuando me despierte de madrugada.
Quiero ser autopista y océano,
y tus dedos la brújula
que marcan la ruta prohibida
que vamos a atravesar.
Quiero que marcharte y dejarte
se conviertan en dos verbos
que nos resultan irregulares,
de esos que no entendemos
ni sabemos conjugar.
Quiero que hagas revoluciones
en mi alma,
y que la única bandera que defiendas
sea la del país
que va de tu cuerpo al mío.
Quiero que el himno que siguen tus pies
sea mi melodía desafinada,
y que si tenemos que ir a la guerra
solo sea por elegir lado en la cama.
Quiero que sepas leerme 
aún cuando no haya palabras, 
que sepas describirme
en verso, prosa y miradas.
Quiero que recorras el mapa de mi cuerpo
como si fuese tu viaje soñado,
el destino al que no supiste que querías llegar
hasta que nos encontramos.
Quiero ser tu fugacidad,
y tu eternidad,
lo que nunca supiste que encontrarías,
lo que ahora no puedes dejar marchar.

sábado, 11 de abril de 2015

La palabra amor termina en nos

Mordernos las ganas,
y robarle tiempo al reloj
para hacerlo retroceder
a cámara lenta
hasta que nuestros labios
vuelvan a tocarse.
Escocernos
y por qué no
dolernos
pero solo a veces.
Pelearnos
únicamente por respirar el aire
de la boca del otro.
Consumirnos mano a mano
para después resurgir de nuestras cenizas
con más fuego que nunca.
Borrarnos la memoria
para seguir sintiendo los recuerdos
en la piel.
Luchar batallas en la cama
mientras alzamos bandera blanca
en asuntos de corazones.
Andar descalzos
para colarnos en nuestros sueños
sin pisarnos.
Bailarnos, reírnos, llorarnos,
perdernos para volver a encontrarnos,
y escogernos el uno al otro todos los días,
una y otra vez.
Porque al final lo único que importa
es que tú y yo nos convirtamos
en la primera persona del plural
de todo verbo conjugado.

jueves, 9 de abril de 2015

De mi futuro yo a tu futuro tú

Si me dejases
podría quererte para siempre,
quererte y creerte
como dos verbos separados
que acaban fusionándose en uno solo.
Si me dejases
podría quererte hasta morir
y morir queriéndote,
porque un amor no tiene porque matar
para ser eterno
ni morir
si guardásemos el corazón entre las manos.
Si me dejases
podría dibujarte atardeceres con la mirada
y acostumbrarte tanto a mi piel
que solo con su roce curases tus heridas infectadas.
Si me dejases
podría hacernos sobrevivir a base de susurros
que se tornan gritos cuanto estamos en tu cama
o en la mía,
porque el lugar deja de ser importante
cuando solo importan las ganas.
Si me dejases
podría hacer que nos perdiésemos
solo por el deseo de encontrarnos,
sería capaz de hacernos volar
hasta con las ventanas cerradas.
Si me dejases
sería tu droga, tu adrenalina,
tu deseo de comerte el mundo
mientras hacemos de nuestros sueños
el mejor lugar para vivir juntos.
Si me dejases
si te dejase
puede que entonces sucediéramos,
al mezclar nuestros corazones
y formar el inevitable trío del
tú, yo, y tú y yo.

miércoles, 8 de abril de 2015

Mi Hotel, Mon Coeur

He sido, soy y siempre seré la propietaria de un hotel.
Un hotel que en su día fue una bonita mansión en medio de un bullicioso y soleado pueblo, un hotel que regalaba las vistas más hermosas que se podían ofrecer. Siempre estaba lleno; había meses y meses de lista de espera para poder pasar una noche en él. Y lo bueno de eso es que los clientes se convertían en habituales, aquel que venía siempre deseaba volver. 
Era pequeño, pero acogedor. Y como todos lo cuidaban, apenas necesitaba mantenimiento. "Mon coeur" era, y aún sigue siendo, el nombre del hotel.
Un día, sin previo aviso, todo cambió. Los habitantes del pueblo decidieron que la ciudad era un mejor lugar para vivir. De repente mi hotel, y yo junto a él, nos quedamos solos en medio de la nada. Poco a poco la maleza se fue extendiendo hasta el punto en que hoy en día apenas se puede ver ya la fachada. 
Poco a poco los huéspedes se fueron yendo, y ahora el libro de visitas lleva en blanco tanto tiempo que hasta tiene telarañas. Solo los más fieles y leales, aquellos que después de todas sus visitas se hicieron amigos, se quedaron conmigo. No, no viven en el hotel, es demasiado peligroso, pero han construido sus casas cerca de él y vienen a menudo, siempre dispuestos a echar una mano de pintura o a arreglar una bombilla.
Por fuera el hotel ha perdido casi todo su encanto. Hace mucho que no pongo carteles bonitos que lo anuncien, y el camino hasta llegar a él se ha vuelto pedregoso y empinado. Más de uno que ha intentado llegar ha acabado con las ruedas pinchadas y se ha quedado perdido en medio de un camino que no lleva a ninguna parte.
Pero aunque carezca del esplendor que tuvo en otro tiempo no está tan mal como parece. Los cimientos y las vigas siguen en su sitio, manteniéndolo en pie. Es cierto que de vez en cuando se desprende una teja, amenazando a todo el que se acerca demasiado, como deshaciéndose de aquello que le sobra, que empieza a pesarle demasiado.
Una vez dentro, se puede comprobar que el sitio parece demasiado frío para poder vivir en él, demasiado oscuro para adentrarse aunque sea de día. No pasa nada, yo hace tiempo dejé de asustarme, es que la instalación eléctrica a veces se funde y estoy varios días sin luz hasta que consigo arreglarla entera. Y la calefacción... bueno, entendedme, mantener cálido un lugar así sin nadie es demasiado caro, un precio imposible de pagar, al menos para mí. 
Por eso solo tengo una estufa en mi habitación, para mantenerla habitable. Creo que es de los lugares que mejor se conservan, será porque aún hay vida allí. Las vistas no están del todo mal, y aunque a veces aparecen los fantasmas para morderme los pies por las noches, la vida no es tan dura si me escondo debajo del edredón.
¡Los fantasmas! Casi me había olvidado de ellos. Y es que resulta que aparte de todo lo demás mi hotel es algo así como una casa embrujada. Llena de fantasmas que moran allí y que te asustan cuando menos te lo esperas. No es que te vayan a hacer nada, al fin y al cabo están hechos de humo, y no te pueden tocar, pero si vas hasta su habitación dan bastante miedo. Les tengo bajo llave, pero a veces se dan cuenta de que nada puede encerrarlos, de que son etéreos. Y se divierten jugando al escondite o tirándote de la cama por las noches mientras estás soñando. No les culpo, nadie más puede verlos. Su existencia debe ser terriblemente aburrida.
Lo de los baños ya es otra historia... Las cañerías están demasiado oxidadas, y el agua no filtra bien. No pasa nada, hay que darles tiempo, abrir y cerrar los grifos un par de veces para que se desatasquen. Y si no es así, darles un poco de tiempo. Porque sino se tupirán e inundarán el piso de abajo.
Y es en el piso de abajo donde están la cocina y el comedor. En la cocina hay numerosos problemas. La comida se congela, las bombonas se quedan sin gas. Incluso estos últimos años hemos tenido varios sustos porque los fogones se han prendido fuego. Pequeños incendios sin importancia, pero  que dejaron varias partes del hotel ennegrecidas. 
El comedor está bastante decente, si bien es cierto que hay un par de sillas rotas y las patas de las mesas cojean. Hay que ir bien abrigado, pues hace mucho frío. Y los sofás parecen tener vida propia, son cómodos o inaguantables dependiendo de si les caes bien o mal. Ya sabes, quién va a culpar a un viejo sofá...
Y por fin pasamos a mi parte favorita: la biblioteca. Es el sitio que mejor cuidado tengo. Hay miles de libros, en mil idiomas, de mil lugares. Libros de todos los géneros. Y después, al fondo, todos mis textos. Las palabras que tengo guardadas y que nunca escribiré, las que un día escribí y rompí y aquellas que aún no he escrito. Todas están allí, esperando, aguardando.
Y al lado, en una puerta secreta está la habitación prohibida. En la que guardo mis mayores secretos y miedos. Esa habitación está prohibida para todo huésped excepto para mí. Nadie que se haya atrevido a entrar ha salido de allí. Quién sabe si se han quedado para siempre o si simplemente se fueron para no volver...
Quedan tantas habitaciones y lugares por explorar que nunca terminaría. Y es que, aunque pequeño, viejo, destrozado y frío, "Mon Coeur" sigue siendo mi hotel. El que cuidaré y habitaré hasta el fin de mis días.
Te invitaría a venir, pero no sé si estás dispuesto a correr el riesgo.
Te pediría que te quedases, pero solo para no irte jamás. 
Te propondría un trato: Haz de "Mon coeur" tu hogar, y yo haré de tu hogar mi corazón. 

martes, 7 de abril de 2015

La probabilidad del destino incambiable

Quizá en otro mundo. O en otra vida.
Porque aunque no dejo de pensarte todos los días, no cambia nada.
Quizá otro lugar. Quizá otro tiempo. 
Que nos hubiese permitido conocernos como deberíamos haberlo hecho, que nos hubiese dado la oportunidad que al menos tú merecías.
Quizá otra causalidad. Quizá otra persona.
Y hubiésemos sido felices. A nuestra manera, a la tuya. Todos los días que me lo hubieses permitido.
Quizá otro yo. 
Sin miedos, con las cosas claras. Con más perspectiva de futuro y más valentía.
Quizá... Quizá no hagan falta tantos quizá para saber que nada hubiera cambiado, que el pasado no puede retornar, y que tú y yo nunca podremos estar juntos. Por mucho que duela.
En realidad eres el único "nosotros" que me gustaría escuchar últimamente. Y el único que nunca tendré.
Porque tengo la horrible sensación de que nadie podrá jamás llenar el vacío que tú me dejaste. Porque pretenderé encontrarte a ti a través de ellos. 
Porque siempre serás el dolor más bonito que jamás sentiré. Tan dolorosamente bello, que muchas veces preferiría quedarme contigo a ser feliz con alguien. 
Porque la única verdad que parece acompañarme a todas horas es la de que nunca podré olvidarte. 
Porque si los quizá se hubieran convertido en realidad, hubiese podido quererte como a nadie.
Ahora ya nunca lo sabremos.
Ahora solo eres un quizá que ya nunca sucederá.

domingo, 5 de abril de 2015

El desaprendizaje de los corazones

Al final siempre acabo suspendiendo la misma asignatura.
Da igual lo mucho que la repita, el tiempo que pase practicando o incluso reflexionando sobre ello.
Porque al final, nunca la supero. 
Creo que en realidad mi corazón está tan acostumbrado a andar sobre campos minados que explotan en cualquier momento, que ya no sabe distinguir un latido de una explosión.
Porque nunca supo apartarse a tiempo.
Ya no tiene término medio. Puede ir descalzo por los caminos más pedregosos o con botas de hierro destrozando un campo lleno de flores.
Porque a veces no quiere abrir los ojos y solo consigue tropezarse una y otra vez.
Y es que hay veces que se encuentra a tanta distancia de los demás, que aunque lo intente no puede comunicarse. 
Será que aún no somos expertos en la lengua de corazones. Será que es un idioma que muy pocos pueden hablar.
Y es que el mío está tan lleno de cicatrices que le resulta difícil querer sin que alguna se abra. 
Hace tiempo que late más despacio, más suave. Como si no quisiera que nadie se de cuenta de que está ahí. Como si cada palpitación le devolviese a la vida de nuevo.
Pero esa no es su función. Por eso sé que volveré a suspender.
Porque aún no ha aprendido el punto exacto en el que se debe colocar a la altura de otro corazón. Tampoco sabe dejar de crecer hasta robar la razón. O no empequeñecerse hasta casi desaparecer cuando le hacen daño. 
Aún no sabe nada. 
Porque al final, pase el tiempo que pase y tengamos los años que tengamos, nuestros corazones seguirán siendo como niños.
Inocentes, puros y vulnerables.
La forma más rápida de darnos o quitarnos la vida.
La única sobre la que nosotros no tenemos ningún control.

jueves, 2 de abril de 2015

Golpes silenciosos

Nos estamos perdiendo.
Cerca del olvido, en el camino de la desesperación.
Solo nos acompaña la decepción. Quedan muy pocos, y los que quedan parecen a punto de marcharse. Casi puedes ver como adelantan uno de sus pies para salir a escondidas por la puerta de atrás. 
Se han ido muchos más de los que han venido. Y nos sobran dedos para contar los que volvieron. 
Es la misma triste historia de siempre: Nos estamos perdiendo.
Porque con cada persona que se va perdemos una parte de nosotros mismos. Porque hace tiempo que dejamos de luchar por recuperar a alguien. Porque sabemos que cuando alguien decide irse y no vuelve, es porque en realidad nunca quiso quedarse. 
Hemos dejado de jugar a los "quédateparasiempre" y ya no se nos escapan de las manos los "intentemosarreglarlo". El proceso es simple: empezamos a desconocernos hasta quedar reducidos al ayer. Y un día, el ayer deja de ser suficiente y no existe un mañana para nosotros. Juntos.
Nos estamos perdiendo. Y no depende de nosotros seguir haciéndolo.
Pero tampoco tenemos más fuerza para intentar retener a alguien a nuestro lado.
Se van. Sin la promesa de un mañana. Con los restos del sabor amargo del ayer.
Llevándose consigo partes que una vez nos pertenecieron.
Pero que ya nunca más lo harán.

lunes, 30 de marzo de 2015

Dejarnos de querer nunca fue tan fácil

Nos dejamos de querer.
Lentamente. Sin avisar. La mañana de un lunes cualquiera.
Como los protagonistas de esa película que nunca se quisieron del todo. Como si hubiésemos sido una historia que desde el principio estaba condenada al fracaso.
Nos dejamos de querer mucho antes de dejarnos marchar. Abandonándonos a la suerte de cada uno. Compitiendo por ver quién se agarraba con más fuerza a la oscuridad de su alma.
No fue a la vez, eso hubiese dolido menos. Tú empezaste primero, haciéndome invisible a tus ojos y haciendo uso de tu libertad, y de la mía.
Obligándome a querernos por los dos mientras nuestros latidos perdían ritmo y se separaban cada vez más. Intentando querer a alguien que se esforzaba en recordarme que nuestras palpitaciones ya nunca sonarían en la misma frecuencia. Porque yo me estaba muriendo y tú ni siquiera te diste cuenta.
Intentaste querer la realidad que existía dentro de la fantasía de la que creías estar enamorado. Pero nunca pudiste hacerlo. Empezaste a dejar de quererme mucho antes de empezar si quiera a enamorarte.
Y un día me cansé. De intentar querer algo en lo que ni siquiera ya creía. De morir por dentro y seguir pintándome una sonrisa a la hora de verte. De engañarme y engañarte.
Ya no te quería. Hacía mucho que había dejado de hacerlo. 
Quizá desde el mismo momento en el que me pregunté si lo hacía de verdad.
O desde aquel en el que me abandonaste al borde de la locura más absoluta.
Quizá desde siempre. O desde nunca.
Te dejé de querer.
Para siempre.
Como si realmente nunca te hubiese querido.

viernes, 27 de marzo de 2015

Cicatrices

Estamos formados por cicatrices. Por esas heridas que en su día dolieron tanto y que ahora nos han dejado marcados para siempre. De tal forma que nadie podría llegar a conocernos sin haber recorrido primero el mapa de las huellas de nuestro pasado. Ni siquiera nosotros mismos.
Porque es importante conocer que las cicatrices en los brazos y las manos fueron primero heridas que nos hicieron los abrazos que no dimos y el peso de todos los sentimientos que no nos dejaron demostrar, de todas las cosas que dimos y no aceptaron. Y que las cicatrices de las piernas y los pies no son más que antiguas lesiones que se formaron de tanto correr para alcanzar nuestros sueños, o a aquella persona a la que por mucho que corrías nunca llegabas a tocar. También están las cicatrices en el estómago, antes agujeros producidos por los nervios de las despedidas que nunca llegaban, de las esperas eternas. Y aquellas cicatrices que tenemos en la garganta no son más que daños que no se curaron porque no fuimos capaces de decir las palabras adecuadas, porque nos las quedamos dentro y acabaron explotando. 
¿Y que decir de las cicatrices en los labios? Esas heridas de los besos traicioneros, de los besos no dados y de los últimos besos sin aviso. Esas heridas que si no curas bien se vuelven a reabrir con los labios inadecuados. Que escuecen haciéndote saber que nunca volverán a encajar con otros labios igual.
Por otro lado están las cicatrices de la mente. Son de las más peligrosas, pues si se reabren y no eres capaz de curarlas a tiempo, pueden volverte loco. Son cicatrices que nadie puede ver pero que se instalan en lo más profundo de ti en forma de miedos e inseguridades. 
Pero si hay algún tipo de cicatriz que todos los seres humanos compartimos es esa que se sitúa a la altura del corazón. Y dado que el corazón es de los lugares más frágiles de nuestro cuerpo, cualquier rozadura, corte, arañazo o herida nos duele casi más que en cualquier otro lugar. Mucho peor si lo que ocurre es que alguien te arranca un pedacito de él. Son cicatrices que tardan mucho en formarse del todo porque aunque las heridas intenten curarse, con cada palpitación se reabren de nuevo. 
Y por último están las peores. Esas que muy pocos conocen pero de las que todo el mundo ha oído hablar. Las cicatrices del alma, que te atraviesan de lado a lado y nunca se llegan a curar del todo. Las que duelen con cada cambio de estación, y de temperatura. Las que hielan los huesos y empequeñecen el corazón hasta que sufre con cada latido. Esas que crean agujeros de oscuridad. Las que está formadas por los más profundos y dolorosos secretos. 
Es importante conocer todas las cicatrices que nos forman. Saber en qué momento de su proceso se encuentran en cada momento. Curarlas y cuidarlas aún cuando parezcan del todo cerradas. Y tener cuidado para que no se abra una segunda herida por encima de ellas. 
Al fin y al cabo son las únicas que nos recuerdan nuestra historia. Como el compás de una canción. Como los márgenes de una página en blanco. Porque nos guste o no, son las cicatrices las que nos guían. 
Son las que cuando desaparecen los recuerdos, nos confirman que todo sucedió. Que tú ocurriste. Que nosotros ocurrimos. Que esa historia y ese dolor ocurrieron.
Que yo
sigo ocurriendo.

jueves, 26 de marzo de 2015

Renombrarse o morir

He creado un monstruo. Una especie de demonio agridulce que se alimenta de palabras que calman su alma. Una melodía dulce tocada desde la más profunda amargura. 
Siempre he querido darle forma. Darle un nombre. Hacerla más real. Llevo días trazando su perfil, dibujando sus cicatrices en el sitio exacto, dando sombras en sus partes más oscuras.
Es una experta de la contradicción. En hacer del dolor algo dolorosamente bello al transcribirlo a palabras. Puede ser mortal con sus críticas y expectativas. Pero también sabe escuchar muy bien. Está llena de historias de mundo y de gente. 
Nació en Invierno y quizá por eso siempre prefiere que sea el frío el que cure sus heridas. A veces es un poco difícil de entender, pero si lees entre líneas seguramente veas más allá de lo que ella nunca admitirá. 
Tampoco puedo decir mucho más de ella. Ni quiero.
Al fin y al cabo es ella, la de antes, la de siempre. La que siempre será.
Por fin le doy nombre a todas mis palabras.
Os presento a Maara Wynter.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Hielo y Cristal

Llevaba toda la vida sintiendo que estaba corriendo hacia ninguna parte.
Con vacíos que ni siquiera recordaba cuando había empezado a sentir. Puede que mucho antes de que su memoria empezase a funcionar.
Siempre tenía la sensación de que continuamente tomaba decisiones incorrectas que la llevaban a cometer errores con unas consecuencias nefastas. Que iba de un error a otro restregándose el anterior hasta que tropezaba con el siguiente.
Tenía tantas cicatrices que parecían trazar un mapa sobre su alma. Algunas que apenas se notaban ya, otras aún permanecían enrojecidas y por último estaban aquellas que solían abrirse e infectarse con frecuencia. Nunca dejaba que se curasen bien. Siempre huía corriendo lejos de todo lo que había pasado cuando aún estaba sangrando y quizá por eso quedaban unas marcas tan desmedidas y desiguales. Aunque lo cierto que todas ellas gozaban de cierto encanto cuando las mirabas; ese tipo e encanto propio de las cosas que esconden un secreto tan doloroso que si te dejan conocerlo ya nada nunca será igual.
Acostumbraba a utilizar melodías prohibidas como medicina y palabras desgarradoras escritas en trazos irregulares como vendas.
Pero se rompió tantas veces, por tantos sitios, que los curanderos apenas sabían como mantener unidas las partes que se habían separado.
En cierto modo, siempre fue algo salvaje. Poseía la belleza de aquellos que avisaban desde lejos que nunca pertenecerían a nadie.
Por eso decidió marcharse. Lejos, muy lejos.
Allí donde el sol estuviese siempre en pie, y no toda esa nieve que siempre les rodeaba. Más allá de los límites que nunca había cruzado.
Y entonces descubrió que nunca había sido libre. Que ser dueña de sí misma solo había sido una ilusión. Porque fue entonces cuando vio unos ojos enormes mirándola a través de lo que parecía algo vidrioso. Una luna que la mantenía encerrada en lo que ella creía su hogar, y que ahora descubría que no era más que una bola de cristal con un pequeño mundo dentro rodeado siempre de copos de nieve.
Y en aquel momento se quebró para siempre.
No de la forma en la que lo había hecho hasta ese momento. Sino como la figura de cristal que siempre había sido.
Descomponiéndose en millones de insignificantes fragmentos que nadie podría volver a juntar jamás.

martes, 24 de marzo de 2015

Cold.

- «Sí, soy un humano. Pero... tú también eres humana».
-  «Ya basta. Soy un lobo. ¡¿Me oyes?!».


No todo se ha acabado. Aún queda mucho por vivir, mucho por sentir. Y aunque a veces esta esperanza nos aterra, es lo único por lo que acabamos luchando. La fina línea que marca la diferencia entre vivir y sobrevivir.
Es el momento de sacar toda tu fuerza, de luchar con garras y dientes. Por el mundo en el que quieres vivir, por la vida que quieres tener. Por ti.
A veces solo hace falta creer que podemos. Que somos más fuertes de lo que nunca llegaremos a ser. Que somos lobos.
Invencibles. Indestructibles. Aunque sólo sea por un día. O por una noche tal vez.
Y aunque todo parezca ir en contra, tú serás más rápida y más fuerte que la marea que pretende arrastrarte y llevarte a lo más profundo. Y si alguna vez te ves realmente amenazada, ni siquiera deberás gritar. Yo estaré ahí, para agarrarte de la mano y tirar de ti hacia arriba.
Porque si los sueños te atrapan y nublan de tinieblas tus noches, tendremos que iluminar tus días para que poco a poco la luz vaya destapando toda la oscuridad.
Si las dudas te asfixian, tendremos que buscar todas las respuestas posibles, aunque nunca lleguemos a decidirnos por ninguna.
Y si la imaginación amenaza con llevarte a lugares irreales de los que cada vez te cuesta más salir, tendremos que hacer de tu realidad un lugar de donde no quieras marcharte.
Porque sabes que estaré a tu lado hasta que puedas soltarte de mi mano. Que hay ciertos caminos que nunca hemos sabido recorrer solas y esa es la única belleza que reside en este tipo de dolor.
Porque creo que por muchas cosas que pasen, nunca sería capaz de perderte del todo. Sigues siendo el espejo en el que un día me reconocí después de mucho. La única persona que comprende mis palabras antes incluso de ser pronunciadas. Porque solo hay una forma de definirte, y es poniendo nuestra palabra al final de cada una de mis frases.
Sabes que entiendo. Y creo firmemente que ese es el mayor regalo que puedo hacerte en estas situaciones. Tú y yo nunca nos hemos entendido como el resto del mundo. Es algo que va más allá de las palabras, puede que sea una comprensión de alma a alma, o de mente a mente. Una comprensión que nadie más sabrá nunca lo que puede llegar a ser. Pueda que resida en esa conexión de mentes de la que presumíamos hace años. No lo sé, tampoco me importa.
Solo quería recordarte que estoy aquí. Como siempre.
Y que vas salir de donde quiera que estés, aunque nadie pueda imaginar lo oscuro o profundo que pueda ser ese lugar.
Porque yo te daré mi fuerza y juntas, seremos lobos.

domingo, 22 de marzo de 2015

Cuentas pendientes

Ya no te tengo miedo.
Te quise, mucho. Me agarré a ti como si fueses el último clavo ardiendo que pudiese hacerme sentir viva.
Pero me engañaste.
Todas las promesas que venían contigo, suponían un precio que yo nunca hubiese estado dispuesta a pagar.
Deberías haberme avisado.
De tu doble cara, de la soledad que me acompañaría si me quedaba a tu lado, de la frialdad que me encogería los huesos y el alma.
Porque tú nunca te dejarías atrapar. Aunque me mostrases lo contrario.
El egoísmo suele estar disfrazado de la palabra libertad.
Y tú sueles esconderte donde menos lo espero. Donde la claridad casi puede ser igual de dolorosa.
Pero ya no me haces daño, no puedes atraparme.
Eres a partes iguales bonita y dolorosa. Como una canción que no puedes dejar de escuchar o una obra de arte que no puedes dejar de mirar. Como una droga que crea una dependencia que te acaba matando por dentro.
Pero hace tiempo que te olvidé y que pagué mis cuentas pendientes contigo.
Y al contrario de lo que pensé y deseé por mucho tiempo, ya no quiero que vuelvas. No te necesito más, oscuridad.

viernes, 20 de marzo de 2015

Encadenada al pasado

¿Somos esclavos del pasado o somos nosotros mismos los que nos encadenamos a él y tiramos las llaves que nos liberarían de él lejos de nuestro alcance?

Ahora todo me parece mentira. 
La ansiedad, el miedo, el deseo de desaparecer. La claustrofobia incluso en los espacios más abiertos, la fuerza que me impulsaba a herir a todo aquel que se acercaba a mi o simplemente a las personas rodeadas de felicidad. La desgana que podía con todo, las pesadillas, los terrores. Y el dolor... ese dolor tan profundo, tan desgarrador. Ese dolor que te rompe por dentro y te hace añicos.
Ahora ya no sé si la situación me encarceló o si fui yo la que me quedé anclada a ella, alimentándome de su propio dolor, envolviéndome en él. Como si yo no tuviera bastante. 
Últimamente no escribo como antes. Puede que poco a poco todo ese dolor fuese saliendo de entre mis dedos, y los resquicios que quedan no sean suficientes.
Pero a ti... Desde que descubrí que podía escribirte sin morir por dentro, me sorprendo a menudo haciéndolo.  
Puede que lo que tengo que decir no te guste. Es un descubrimiento que he realizado hace poco: tú me ataste a él. Y al dolor que necesitaba para sentirme viva. No te culpo, no te confundas. Pero ya no quiero eso, nunca más lo querré.
Ahora he encontrado las llaves a las cadenas que yo misma nos puse. Te dejo marchar, aunque siempre te quedes cerca de mí. Por fin soy capaz de liberarte de mis propias cadenas. 
Soy libre.