He sido, soy y siempre seré la propietaria de un hotel.
Un hotel que en su día fue una bonita mansión en medio de un bullicioso y soleado pueblo, un hotel que regalaba las vistas más hermosas que se podían ofrecer. Siempre estaba lleno; había meses y meses de lista de espera para poder pasar una noche en él. Y lo bueno de eso es que los clientes se convertían en habituales, aquel que venía siempre deseaba volver.
Era pequeño, pero acogedor. Y como todos lo cuidaban, apenas necesitaba mantenimiento. "Mon coeur" era, y aún sigue siendo, el nombre del hotel.
Un día, sin previo aviso, todo cambió. Los habitantes del pueblo decidieron que la ciudad era un mejor lugar para vivir. De repente mi hotel, y yo junto a él, nos quedamos solos en medio de la nada. Poco a poco la maleza se fue extendiendo hasta el punto en que hoy en día apenas se puede ver ya la fachada.
Poco a poco los huéspedes se fueron yendo, y ahora el libro de visitas lleva en blanco tanto tiempo que hasta tiene telarañas. Solo los más fieles y leales, aquellos que después de todas sus visitas se hicieron amigos, se quedaron conmigo. No, no viven en el hotel, es demasiado peligroso, pero han construido sus casas cerca de él y vienen a menudo, siempre dispuestos a echar una mano de pintura o a arreglar una bombilla.
Por fuera el hotel ha perdido casi todo su encanto. Hace mucho que no pongo carteles bonitos que lo anuncien, y el camino hasta llegar a él se ha vuelto pedregoso y empinado. Más de uno que ha intentado llegar ha acabado con las ruedas pinchadas y se ha quedado perdido en medio de un camino que no lleva a ninguna parte.
Pero aunque carezca del esplendor que tuvo en otro tiempo no está tan mal como parece. Los cimientos y las vigas siguen en su sitio, manteniéndolo en pie. Es cierto que de vez en cuando se desprende una teja, amenazando a todo el que se acerca demasiado, como deshaciéndose de aquello que le sobra, que empieza a pesarle demasiado.
Una vez dentro, se puede comprobar que el sitio parece demasiado frío para poder vivir en él, demasiado oscuro para adentrarse aunque sea de día. No pasa nada, yo hace tiempo dejé de asustarme, es que la instalación eléctrica a veces se funde y estoy varios días sin luz hasta que consigo arreglarla entera. Y la calefacción... bueno, entendedme, mantener cálido un lugar así sin nadie es demasiado caro, un precio imposible de pagar, al menos para mí.
Por eso solo tengo una estufa en mi habitación, para mantenerla habitable. Creo que es de los lugares que mejor se conservan, será porque aún hay vida allí. Las vistas no están del todo mal, y aunque a veces aparecen los fantasmas para morderme los pies por las noches, la vida no es tan dura si me escondo debajo del edredón.
¡Los fantasmas! Casi me había olvidado de ellos. Y es que resulta que aparte de todo lo demás mi hotel es algo así como una casa embrujada. Llena de fantasmas que moran allí y que te asustan cuando menos te lo esperas. No es que te vayan a hacer nada, al fin y al cabo están hechos de humo, y no te pueden tocar, pero si vas hasta su habitación dan bastante miedo. Les tengo bajo llave, pero a veces se dan cuenta de que nada puede encerrarlos, de que son etéreos. Y se divierten jugando al escondite o tirándote de la cama por las noches mientras estás soñando. No les culpo, nadie más puede verlos. Su existencia debe ser terriblemente aburrida.
Lo de los baños ya es otra historia... Las cañerías están demasiado oxidadas, y el agua no filtra bien. No pasa nada, hay que darles tiempo, abrir y cerrar los grifos un par de veces para que se desatasquen. Y si no es así, darles un poco de tiempo. Porque sino se tupirán e inundarán el piso de abajo.
Y es en el piso de abajo donde están la cocina y el comedor. En la cocina hay numerosos problemas. La comida se congela, las bombonas se quedan sin gas. Incluso estos últimos años hemos tenido varios sustos porque los fogones se han prendido fuego. Pequeños incendios sin importancia, pero que dejaron varias partes del hotel ennegrecidas.
El comedor está bastante decente, si bien es cierto que hay un par de sillas rotas y las patas de las mesas cojean. Hay que ir bien abrigado, pues hace mucho frío. Y los sofás parecen tener vida propia, son cómodos o inaguantables dependiendo de si les caes bien o mal. Ya sabes, quién va a culpar a un viejo sofá...
Y por fin pasamos a mi parte favorita: la biblioteca. Es el sitio que mejor cuidado tengo. Hay miles de libros, en mil idiomas, de mil lugares. Libros de todos los géneros. Y después, al fondo, todos mis textos. Las palabras que tengo guardadas y que nunca escribiré, las que un día escribí y rompí y aquellas que aún no he escrito. Todas están allí, esperando, aguardando.
Y al lado, en una puerta secreta está la habitación prohibida. En la que guardo mis mayores secretos y miedos. Esa habitación está prohibida para todo huésped excepto para mí. Nadie que se haya atrevido a entrar ha salido de allí. Quién sabe si se han quedado para siempre o si simplemente se fueron para no volver...
Quedan tantas habitaciones y lugares por explorar que nunca terminaría. Y es que, aunque pequeño, viejo, destrozado y frío, "Mon Coeur" sigue siendo mi hotel. El que cuidaré y habitaré hasta el fin de mis días.
Te invitaría a venir, pero no sé si estás dispuesto a correr el riesgo.
Te pediría que te quedases, pero solo para no irte jamás.
Te propondría un trato: Haz de "Mon coeur" tu hogar, y yo haré de tu hogar mi corazón.