domingo, 20 de septiembre de 2015

Nos quisimos demasiado


 
Con el tiempo he aprendido
que la medicación más frecuente contra el dolor
es el olvido.
Aunque su efecto secundario sea la locura,
aunque contra todo pronóstico
acabemos por ser nosotros mismos los olvidados.
Retazos de una memoria infiel
que nunca juega limpio,
siempre esconde un as ganador,
un destello, una imagen
o quizá simplemente una palabra
que nos hace perder el equilibrio.
Y caer.
Caer.
Seguir cayendo.
Y volver a ese momento
del que salimos huyendo sin mirar atrás.
El punto y final,
las lágrimas de despedida,
el abrazo del "nos veremos pronto,
pero no aparezcas en mi vida",
las últimas palabras versadas en nuestros labios.
Y volvemos a caer.
Más abajo.
Más profundo.
Y revivimos todo aquel torbellino de lagrimas
y ese dolor tan agudo
que casi nos dejaba sin respiración.
Pero dura poco.
La caída sigue su curso.
Aún no hemos llegado al final.
Nos dejamos caer hacia el mar
de sonrisas infinitas
de promesas absurdas, pero bonitas
de las horas que se quedaban cortas
y de las guerras de cosquillas
que siempre acababan en la cama.
Y pensamos:
Joder, qué mierda,
todo debería ocurrir de atrás para adelante
Odiarnos, dolernos, llorarnos
solo para después
acabar queriéndonos como nunca.
Pero no nos da tiempo a pensar más
acabamos de caer
en el más oscuro abismo
en el que por fin hacemos pie.
Y empezamos a ver una luz que nos indica
la salida
y que nos recuerda
que nos quisimos demasiado,
demasiado poco
demasiado mal.